Lisboa, eu gosto muito de você

Tengo un problema. Me enamoro de ciudades. Lo hago constantemente. Es llegar a una ciudad nueva y sólo me hace falta un pequeño detalle para que el flechazo sea instantáneo. Normalmente, el enamoramiento suele pasar en dos o tres semanas, aunque siempre queda una llama de lo que pudo ser y no fue. Alguna vez me he reencontrado con esas ciudades de las que me enamoré tan profundamente y las miro, suspiro y les digo «ay, todo lo que hubiésemos podido ser tú y yo…». Este fin de semana he vivido uno de esos reencuentros que te dejan tocada. He vuelto a Lisboa y como hace más de siete años, me he vuelto a enamorar de sus calles, sus azulejos de colores, sus cuestas, sus tranvías y de su bonitismo en general.

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Lisboa te pone ojitos con sus azulejos, que no puedes dejar de mirar y buscar por toda la ciudad. Es imposible saber cuál es más bonito y te entran ganas de alicatar toda tu casa con ellos.

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Lisboa te pasea en tranvía, te sube arriba y abajo y a ti te da por reír. Con esa risa tonta y nerviosa que sólo sientes cuando algo te gusta de verdad.

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Lisboa sabe cómo conquistar tus sentidos. Una bica en el Café A Brasileira, un bacalao a brás en el Barrio Alto con un vino del Alentejo y  un bolo de chocolate le bastarán para tenerte en el bote.

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Lisboa es descarada, tiende sus vergüenzas a la calle y al que no le guste, que no mire. Pero tú miras y miras, porque ya has caído. Ha vuelto a pasar, te has vuelto a enamorar y sólo sabes decir, «Lisboa, eu gosto muito de você».

4 reflexiones sobre “Lisboa, eu gosto muito de você

  1. La ciudad que yo dejé hace 7 años y siempre que vuelvo y la veo desde el avión se me ponen los pelos de punta y mariposas en el estomago, entonces sé que sigo enamorada de Lisboa.

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