Hay tantas cosas que guardar. Y cuando decimos guardar, no decimos esconder debajo de la alfombra. Somos mari-antojos. Y eso hace que tengamos una vajilla que ni el ajuar de la Lomana. Eso unido a que no vivimos en palacio, sino en casas con menos espacio de almacenaje que nos gustaría, nos crea cajones y estantes repletos, que parece que en cualquier momento vamos a morir sepultadas de platos, tazas y cacerolas. Vale, igual no es para tanto, pero debemos convencernos de que lo que nos hace falta es una alacena. Pero no cualquiera. Una alacena vintage, uno de nuestros grandes deseos confesables. Los inconfesables lo dejamos para otro post.
Nos gustan especialmente las alacenas restauradas con un toque de color (ay amigo chalk paint, cuánto bien has hecho por el bonitismo), de madera y dejando ver lo que esconde entre sus puertas y cajones.
Tras cristales vidriosos o mallas de gallineros, esconderemos las piezas más destacadas de nuestra vajilla y nuestra cristalería. Que no son de cristal de bohemia, pero son bohemias.
Otras alacenas que nos chiflan son las alacenas vintage, que recordamos de las casas de nuestras abuelas. Si tenéis una de estas alacenas en la casa del pueblo, cuidadla, porque se cotizan alto en el rastro y tiendas de decoración. Pero si no queréis regatear, aquí tenéis unas manos deseosas de recibirlas.
No sabemos cuándo abriremos las puertas de nuestra casa a este deseo confesable, pero ya tienen un rincón en nuestros sueños.
Feliz martes
2 reflexiones sobre “Deseos confesables: una alacena vintage”